Durante mucho tiempo, la medicina conservó una cierta dimensión mística. La enfermedad se consideraba más bien una expresión de la cólera divina que había que acallar a toda costa. Por tanto, los tratamientos se basaban principalmente en encantamientos, abluciones, purificaciones u ofrendas, mediadas entonces por sacerdotes-médicos dentro de santuarios dedicados (como el del dios de la medicina, Asclepio, en Epidauro).
En Grecia, el primero en desvincularse de consideraciones religiosas en la práctica de la medicina fue Hipócrates (460 a.C., 377 a.C.), que dejó su nombre al juramento deontológico que aún prestan los jóvenes médicos occidentales (1).
El saber médico, que hasta entonces no se había enmarcado en ningún tipo de enseñanza, se estructuró entonces en torno a labiblioteca de Alejandría hacia el año 285 a.C. En ella se concentraron los tratados médicos más importantes del Mediterráneo oriental, lo que la posicionó como un importante centro de investigación. De ella surgieron figuras destacadas, como Herófilo, Celso y Dioscórides.
Aunque diferente, la medicina romana se inspiró originalmente en la medicina helénica al implorar a sus dioses que se ocuparan de las epidemias. Se practicaba en los templos, pero también en consultas privadas (iatreion) o por médicos itinerantes. Algunos médicos tenían incluso su propia especialidad, como el cuidado de los gladiadores heridos en combate. Al mismo tiempo, surgieron cofradías afines a las clínicas (schola) así como hospitales militares (valetudinaria).
Nacido hacia el año 25 a.C., Dioscórides es considerado hoy el padre de la farmacología. En su obra De materia medica, utilizada hasta el siglo XVI por los apotecarios (drogueros), enumera más de 800 sustancias principalmente vegetales(2).
Basándose en su triple experiencia como médico, apotecario y botánico, procede a clasificar meticulosamente los “simples” (antigua denominación de las plantas medicinales) enumerando sus nombres, especies, zonas geográficas, partes utilizadas, preparados y vías de administración. Las indicaciones terapéuticas y las posologías se detallan con precisión (3).
Las plantas, frutos y flores se preparan así de muchas formas: las famosas tisanas (infusiones, decocciones…), pero también los baños y las lavativas, los polvos, las pastas y las cataplasmas.
En aquella época, la manzanilla, la ruda y el azafrán oficiaban como reguladores del ciclo femenino, por ejemplo (4-5). El aceite de ricino se emplea como laxante (6), el hinojo se valoraba por sus propiedades diuréticas (7), mientras que la granada se utilizaba para erradicar la tenia (8). Ampliamente consumido como especia por griegos y romanos, el jengibre es muy conocido por sus propiedades digestivas (9).
Y ya, la corteza del sauce se identifica como una "aspirina" natural - justificada por su eficaz contenido en ácido salicílico (10).
En la Antigüedad, los animales intervenían en el proceso de curación de dos formas: o bien "absorbiendo" la dolencia del enfermo (de forma similar a los chivos expiatorios religiosos) o bien suministrando sustancias con intención terapéutica.
Si la mantequilla, los productos de la colmena (como la miel y la jalea real) o la leche se citan con frecuencia, remedios mucho más insólitos -hay que reconocer que pertenecen más a la magia que a la ciencia- se mencionan en la literatura, como las telarañas o los excrementos de liebre y oveja (11). En este arsenal más o menos fantasioso, sólo el castóreo (secreciones de castor) habría demostrado realmente su valía: los Antiguos lo codiciaban para tratar la epilepsia, la fiebre, las cefaleas o los dolores uterinos.
En cuanto a los minerales, las sales de hierro son descritas por Dioscórides como potentes hemostáticos capaces de detener las hemorragias de las heridas (12). Un descubrimiento sin duda ancestral, a la vista de la imagen de Aquiles representado en numerosos jarrones griegos frotando la herrumbre de su lanza sobre la herida de Telesforo.
Las sales de mercurio, de cobre, de plomo o de azufre también encuentran numerosas aplicaciones en oftalmología. Combinadas con diversos extractos de plantas, como las hojas de boj, la celidonia o el romero, se utilizan en la elaboración de pastas que se raspan o diluyen para tratar secreciones, quemaduras o supuraciones oculares (13-14).
Poco estudiados antes del siglo XVII, los hongos hacen una discreta aparición en los escritos de Plinio y Dioscórides. Así, en De materia medica se dedica un largo párrafo al hongo agaricus, también conocido como agárico blanco o políporo u hongo del alerce.
Calificado como elixir de larga vida, este micelio derivado de la descomposición de la madera se define como "astringente" y "calentador" (15-16). Se beneficiaría así, según el autor, de una notable eficacia "contra todas las afecciones internas si se administra teniendo en cuenta el efecto y la edad, con agua, con vino, con miel agria o con hidromiel.”
Las excavaciones arqueológicas en el yacimiento de Pompeya han descubierto una extraordinaria variedad de instrumentos médicos dedicados a la cirugía : bisturí, escalpelo, gancho, cauterio, pinza, ventosa, jeringuilla, trépano…
Aunque es difícil poner las cosas en su contexto, todo indica que los grecorromanos dominaban los arcanos de muchos procedimientos quirúrgicos. Los más sencillos consistían en reducir las fracturas "recolocando" los huesos, las más complejas implicabancirugía visceral u operaciones delicadas de catarata. Igualmente notables son las prótesis dentales completamente funcionales (diseñadas en oro durante el periodo etrusco) que sustituyen a los dientes dañados -la mayoría de las veces por unos restos de una rueda de piedra dejados desafortunadamente en el pan.
¿Y para dormir a los pacientes? A falta de anestésicos reales, los médicos recurren a bebidas sedantes. Si bien las decocciones de cáñamo o de opio eran muy numerosas en la alta Antigüedad oriental, los romanos utilizaban preferentemente vino o aguardiente de vino mezclado con diversas plantas como la belladona, el jugo de adormidera, el cáñamo indio o la mandrágora (17-19). Aunque algunas de ellas, como el acónito, ponen en serio peligro la recuperación de los pacientes operados (20)…
Referencias
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