Pensamientos negros, tristeza permanente, agotamiento... La depresión es una "enfermedad vital" que hay que tomarse muy en serio. Nuestras claves para ver el final del túnel día tras día.
A diferencia de un simple episodio de depresión temporal, la depresión es una verdadera enfermedad psíquica que altera todos los aspectos de la vida cotidiana. Para ser calificada así, debe persistir durante más de dos semanas.
Sus síntomas psicoafectivos, conductuales y somáticos se manifiestan de forma más o menos exacerbada en función del individuo (1). Incluyen clásicamente:
La OMS (Organización Mundial de la Salud) estima que la depresión afecta al 3,8% de la población en el mundo, del cual el 5% son adultos y el 5,7% personas mayores de 60 años, lo que la convierte en uno de los trastornos mentales más frecuentes (2). Las mujeres están más afectadas (3). La depresión también es frecuente en niños y adolescentes (4).
Debido a su interrelación, las causas de la depresión son difíciles de desentrañar. Se cree que son el resultado de una combinación de distintos factores ambientales, genéticos y neurobiológicos.
Ciertos acontecimientos traumáticos, como una separación, un duelo, una pérdida de empleo, un abandono, una agresión física o psicológica – que a veces se remonta a la infancia – pueden desempeñar el papel de detonante en la aparición de la depresión (5). Al igual que hacer frente a una enfermedad crónica o a una discapacidad, que movilizan los recursos físicos y mentales. También hay pruebas de que la dependencia del alcohol crea un entorno propicio (6).
También existe una base genética para la depresión (7). Una persona con al menos un progenitor que haya sufrido depresión tiene entre 2 y 4 veces más probabilidades de experimentar un episodio depresivo a lo largo de su vida. Sin embargo, esta predisposición sólo se manifestaría realmente en presencia de una experiencia difícil. Esto explicaría en parte por qué dos individuos enfrentados a las mismas situaciones reaccionan de manera muy diferente.
En el sujeto depresivo se han identificado anomalías en la transmisión de impulsos nerviosos entre determinadas áreas cerebrales implicadas en la regulación emocional, el control cognitivo y la autorreferencia. Se cree que son el resultado de una producción insuficiente de tres neurotransmisores: la serotonina, la dopamina y la noradrenalina (8).
Como crea un círculo vicioso del que es difícil salir solo, la depresión requiere apoyo, tanto de los que te rodean como de la profesión médica. En primer lugar, es importante consultar a su médico de cabecera, que podrá derivar al paciente a un psiquiatra si el tratamiento lo justifica.
En los episodios depresivos ligeros, una psicoterapia por sí sola puede ser suficiente (9). Algunas terapias breves, como las terapias conductuales y cognitivas, se centran más en la gestión de la crisis en curso mediante la corrección de ciertos sesgos cognitivos. Otras terapias más prolongadas, como el psicoanálisis, buscarán los "orígenes de la enfermedad" desvelando elementos perturbadores del pasado susceptibles de justificar estos patrones negativos actuales.
Para la depresión moderada o grave se podrán recetar medicamentos antidepresivos (como los inhibidores de la recaptación de la serotonina o los antidepresivos tricíclicos) para reducir los síntomas depresivos y prevenir la recaída (10).
Cuando los días se acortan, nos exponemos menos a la luz natural, lo que altera nuestro reloj interno... ¡y nuestro estado de ánimo! Los más sensibles desarrollan entonces une depresión estacional, que se traduce en una disminución de energía y un mayor abatimiento en invierno (11). ¿Qué buenas prácticas debemos adoptar en esta situación?
Al emitir una luz blanca que imita al sol, las lámparas de fototerapia ayudan a contrarrestar la tristeza invernal (12). La dosis recomendada habitualmente es de 100 000 lux por la mañana durante 30 min. E incluso cuando la depresión no está vinculada al ciclo estacional, esta terapia de luz mostraría eficacia como complemento de los tratamientos convencionales (13). Hable con su médico, psiquiatra o psicólogo.
Al mismo tiempo, ciertos hábitos podrían potenciar la síntesis de moléculas del "buen humor" en el cerebro: la práctica deactividad física regular, una alimentación rica en tirosina (productos de origen animal) y omega 3 (pescado graso, nueces, aceite de colza), ejercicios de meditación y de visualización positiva (14-16)…
El hipérico o hierba de San Juan (presente en St John’s Wort Extract) contribuye a un estado psicológico normal y a la regulación del estado de ánimo (17). Aunque durante mucho tiempo se creyó que inhibía la monoaminooxidasa, esta hipótesis ha quedado invalidada: ahora se piensa que sus beneficios se deben a su doble contenido de hipericina e hiperforina. Sin embargo, esta planta interactúa con muchos medicamentos y debe tomarse bajo supervisión médica.
Algunos compuestos están estrechamente relacionados con los neurotransmisores de la felicidad. El 5-HTP interviene especialmente en la síntesis de la serotonina (que se encuentra en el complemento estandarizado 5-HTP), mientras que la PEA (aislado del alga Aphanizomenon flos-aquae en AFA Extract) es un precursor de la dopamina (18-19).
Se cree que la SAM-e o S-adenosilmetionina, compuesto presente naturalmente en nuestras células, tiene un nivel más bajo cuando el estado de ánimo está bajo. Se cree que desempeña un papel fundamental en el funcionamiento del trío dopamina-serotonina-noradrenalina (para el estado depresivo, es preferible una dosis más elevada de SAM-e 400 mg) (20).
¿Tiene los nervios a flor de piel? El GABA es un neurotransmisor inhibidor que tiende a ralentizar los impulsos nerviosos y a proporcionar un efecto calmante (21). Cuando un estado de ánimo bajo va acompañado de un estado de estrés, puede ser interesante suplementarlo (por ejemplo, a través de PharmaGABA, cuyo perfil de calidad y seguridad ha sido aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos [FDA, por sus siglas en inglés] estadounidense).
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