Las personas que utilizan mantequilla para cocinar lo saben bien: cuando se dejan restos demasiado tiempo a temperatura ambiente, las grasas de la salsa se solidifican y forman una masa compacta poco apetitosa. En cambio, lo que estas personas no saben, es que en ese mismo momento se produce un fenómeno parecido en sus células...
Los hechos:En los 100.000 millones de células que componen nuestro cuerpo, hay enormes cantidades de grasas. Estas grasas no son las que usted se cree: forman envolturas que delimitan la totalidad de las células vivas y estrictamente no tienen nada que ver con las cantidades impresionantes de grasas que almacenamos anormalmente en el tejido adiposo (y que hacen aparecer los conocidos “michelines”). Sin estas capas de grasa, nada podría funcionar en el organismo. Éstas son la línea de demarcación entre la célula y su entorno, pero éstas también permiten a la célula desempeñar sus funciones, brotar, multiplicarse, alimentarse, neutralizar patógenos… En una palabra, vivir.
Y estas capas de grasas encuentran un problema de absoluta gravedad: su calidad está a punto de desplomarse . Deberían tener una consistencia cercana al aceite de oliva, sin embargo, ahora se observa una textura solidificada, cada vez menos fluida, que parasita y entumece considerablemente nuestras células. A falta de tener materiales de calidad, nuestro organismo fabrica estas capas de grasa con los “medios disponibles”, lo que resulta en una membrana “low-cost” que nos hace correr riesgos muy grandes. Las epidemias de las enfermedades inflamatorias, la aceleración del deterioro cognitivo y la masacre generada por los trastornos cardiovasculares posiblemente están directamente relacionadas con esto. Pero sin embargo lo peor está por llegar, ya que el fenómeno se intensifica, como prácticamente todos los problemas actuales causados por la industrialización de la alimentación.
Antes de ir más lejos, es necesario explicarle a qué se parecen estas famosas capas de grasas. Como usted lo sabe, nosotros estamos constituidos por miles de millones de células que trabajan conjuntamente e interactúan con el entorno exterior.
Cada célula está separada del mundo exterior por una capa de grasa que se denomina la membrana plasmática . Es algo así como la frontera de la vida, la línea de demarcación entre el mundo interior y el mundo exterior. Esta membrana grasosa es muy muy fina – se necesitarían alrededor de 8.000 membranas para lograr el espesor de una hoja de papel – pero ésta es de una importancia capital: es la que acepta o no dejarse atravesar por ciertas sustancias y que por tanto hace posible los intercambios, motor indispensable de la vida. Ésta es también la que permite que las células se arrimen unas a otras, que secreten sustancias como las enzimas, hormonas o mucosidad, o la que incluso permite la propagación de nuestros mensajes nerviosos (que le permiten en este momento leer este artículo y evaluar su pertinencia).
En realidad, esta membrana está compuesta por dos finas capas de grasas formadas por una infinidad de pequeñas moléculas en movimiento permanente : los fosfoglicerolípidos. Éstos son cuerpos grasos, fabricados por el organismo, que se parecen: tienen una cabeza sobre la que se acoplan dos piernas. La cabeza es siempre la misma, pero no las piernas, ya que el cuerpo humano puede utilizar varios materiales de construcción en función de lo que tiene a su disposición para fabricarlas. Gracias a informaciones genéticas contenidas en el ADN (ácido desoxirribonucleico), el cuerpo humano dispone de unas instrucciones : sabe perfectamente cuáles son los mejores materiales para construir las “piernas” de estos cuerpos grasos. Pero no siempre tiene elección. Es la alimentación, y sólo ella, la que permite aportar los mejores materiales en la sala de montaje. Estos materiales son parecidos a ladrillos de LEGO®: todos encajan con la cabeza, pero éstos no producen la misma estructura al final del ensamblaje. Se pueden fabricar piernas cortas, piernas dobladas, piernas torcidas o incluso piernas muy estrechas. Si usted come carne cocinada con aceite de cacahuete, usted no aporta los mismos “ladrillos” que si usted utiliza aceite de colza y las piernas no tendrán la misma forma.
Los mejores “ladrillos” para formar las piernas de los cuerpos grasos, son los ácidos grasos esenciales, especialmente dos ácidos grasos omega 3, el EPA (del inglés Eicosapentaenoic acid - ácido eicosapentaenoico) y el DHA (Docosahexaenoic acid - ácido docosahexaenoico), un auténtico mar de aceite en el que circulan balsas de composición muy variada (éstas pueden ser proteínas, ácidos grasos, azúcares…), con corrientes y movimientos permanentes. Al contrario, cuando el organismo utiliza ácidos grasos saturados, que se encuentran por ejemplo en el queso o en la charcutería, las piernas están rígidas como estacas: entonces los cuerpos grasos pueden estrecharse al máximo, lo que hace que la membrana plasmática esté solidificada y esclerosada, algo así como la grasa que usted encuentra en su plato. La circulación por tanto se hace muy difícil y todos los mecanismos que requieren una buena fluidez funcionan al ralentí.
Esto es lo que nos pasa actualmente a la gran mayoría de nosotros, y las consecuencias para el cerebro son dramáticas.
El que las grasas se hagan más rígidas plantea un problema al conjunto del cuerpo humano, pero hay una región que está más gravemente afectada que las demás: el cerebro. El cerebro es el órgano más rico en grasas después del tejido adiposo (se calcula que las grasas constituyen más del 60 % de su peso). Sus células, que se denominan neuronas, están extremadamente estiradas, y por tanto necesitan más “membrana celular” que la mayoría de las otras células. Además, éstas utilizan constantemente su membrana grasa para comunicarse con las otras neuronas. En efecto, la membrana permite conducir el impulso eléctrico y juega un papel esencial para hacer pasar las moléculas químicas que contienen la información de una neurona a otra. Pero para tener éxito en esta operación, la membrana grasa debe poder deformarse, dividirse y estirarse muy rápidamente, como un relámpago. Y usted ya lo ha comprendido, es en este preciso momento cuando una membrana celular rígida es un auténtico hándicap.
Un equipo de investigadores lo ha demostrado de manera muy clara, y usted verá que el contraste entre una membrana rica en omega 3 y una membrana rígida es sobrecogedor. Estos investigadores han inyectado, en una célula rígida y en una célula flexible rica en omega 3, una proteína que les incita a deformar su membrana. Y en solo unos segundos, han podido constatar que la membrana rica en omega 3 padecía muchas fisiones, al contrario que la otra membrana, completamente entumecida. En imágenes, la diferencia es todavía más impresionante. No es de sorprender que los investigadores también han mostrado que es en las zonas de deformación de la membrana donde los niveles de ácidos grasos omega 3 eran los más elevados. En efecto, son ellos los que maximizan la rapidez de la deformación y los que optimizan la transmisión de la información.
Membranas que contienen lípidos monoinsaturados (a la izquierda) y omega 3 (a la derecha) después de añadir una proteína deformante. En unos segundos las membranas ricas en omega 3 experimentan múltiples deformaciones.
Esto es lo que explica bastantes correlaciones que se han encontrado en miles de estudios sobre los omega 3:
No es necesario seguir, usted lo ha comprendido: es urgente remplazar nuestras grasas “solidificadas” por capas de aceite flexibles y fluidas antes de que los problemas se agraven de verdad. La pregunta que usted se hace ahora es: ¿cómo hacerlo? ¿Hay un medio fiable, rápido y validado científicamente de remplazar estas grasas? Sí, absolutamente.
¿En su opinión, de dónde proceden las grasas que componen las membranas de los recién nacidos? De la mamé, claro. Cuando usted estaba todavía en el vientre de su madre, ¡usted tomó la mayor cantidad posible de omega 3 de sus aportes alimenticios, e incluso directamente de las existencias personales de ella! Hasta tal punto que se piensa que la depresión posnatal podría estar relacionada con un agotamiento completo de los niveles de omega 3 en las membranas de las mamás.
Esta acumulación de los omega 3 en las células del cuerpo humano y especialmente en las estructuras del sistema nervioso se hace sobre todo durante los tres meses de embarazo y hasta la edad de 2 años (9). Es un periodo de transición : la calidad de los aportes de grasas será determinante para el desarrollo de las prolongaciones neuronales, el establecimiento y la estabilización de las sinapsis, la mielinización, grosso modo, todo lo que le permitirá al bebé buenas capacidades motrices, sensoriales y cognitivas. Una carencia de omega 3 en esta fase de desarrollo provoca una suboptimización de las funciones visuales y cognitivas. Ésta es la razón por la que recomiendan constantemente a las mujeres embarazadas o en periodo de lactancia que aumenten sus aportes de omega 3. Un estudio publicado en noviembre de 2018 de nuevo ha mostrado que los omega 3 reducen el riesgo de parto prematuro (10) …
¿Qué pasa después? Después de la edad de dos años, las necesidades de EPA y de DHA siguen siendo importantes, pero la incorporación de grasas en las membranas se hará de forma más progresiva. El organismo pondrá en marcha un sistema de rotación, y remplazará progresivamente sus cuerpos grasos, a fin de no tener nunca membranas que envejecen. Por tanto, para conservar sus niveles de omega 3 (y por tanto mantener unas membranas flexibles), hay que garantizar aportes regulares en el tiempo. En caso contrario, los omega 3 serán progresivamente remplazados por otros cuerpos grasos y las membranas se degradarán.
Ésta “gran sustitución” es la que provoca insidiosamente grasas solidificadas, pérdidas de capacidades e incluso una degeneración neuronal, ¡ya que los procesos de desarrollo cerebral (formación y maduración de las neuronas, migración hacia los sitios apropiados, establecimiento de conexiones) persisten en la edad adulta! ¡Éstos son incluso cruciales después de la edad de 50 años! Cuando se destierran los omega 3 del régimen alimenticio, se afecta automáticamente a las membranas de las células del cerebro, con diferencias en función de las regiones (11): - 70 % en la hipófisis (una región que secreta muchas hormonas), - 40 % en el córtex prefrontal (la sede de las funciones cognitivas denominadas superiores) y – 25 % en el cerebelo (un pequeño cerebro que juega un papel importante en la coordinación). ¡La totalidad en solo 7 semanas!
Sin embargo, hay una buena noticia : si es posible degradar progresivamente las membranas, también es posible hacer el cambio a la inversa aportando al organismo cantidades suficientes de DHA y de EPA. ¡Siempre que estos aportes sean repetidos y duraderos ! Así, su organismo siempre tendrá a su disposición los mejores “ladrillos” posibles para remplazar los usados.
La cota de popularidad de los omega 3 no se basa en su capacidad de mejorar la salud del cerebro. Si le hubieran pedido citar su beneficio fundamental, antes de comenzar a leer este artículo, seguramente usted habría citado la prevención de las enfermedades cardiovasculares, y usted habría tenido razón. Es una propiedad de los omega 3 que conocemos desde hace mucho tiempo. Miles de estudios lo han evidenciado, y, por otra parte, algunos son más memorables que otros.
Ya en los años 70, unos estudios epidemiológicos muestran el nivel increíblemente bajo de los trastornos cardiovasculares en los esquimales de Groenlandia, cuya alimentación se basa casi exclusivamente en los productos del mar (12-14). Unos años más tarde, se encuentran unas estadísticas parecidas en poblaciones japonesas en las que el consumo de pescado es importante (15-16).
En el año 2000, unos investigadores se interesan en dos pueblos de la isla de Madeira, una región autónoma de Portugal a lo largo de la costa noroeste de África. Uno de los dos pueblos ha mantenido una tradición pastoril, mientras que el otro es un auténtico pueblo de pescadores. Por lo demás, los habitantes de los dos pueblos presentan niveles de actividad física y hábitos culturales parecidos, debido a su proximidad geográfica. Sin embargo, se descubrirá una gran diferencia de mortalidad cardiovascular a favor de los habitantes del pueblo de pescadores, que consumen 10 veces más pescado que los habitantes del pueblo de granjeros (17).
Podríamos continuar así horas, pero otros investigadores se han encargado de darnos el trabajo masticado publicando síntesis que retoman el conjunto de estudios publicados sobre el tema (a esto se le denomina un metaanálisis). De éstos también ha habido docenas. Por tanto, vamos a contentarnos con consultar el más reciente, publicado en julio de 2018. Éste llega a la conclusión de la influencia positiva irrefutable del EPA y del DHA en la tensión arterial y en la dislipidemia , dos factores de riesgo capitales de trastornos cardiovasculares. ¡El mismo estudio llega a la conclusión de su eficacia para las enfermedades crónicas (18)!
¿Cómo explicar estos efectos? En el cuerpo humano hay herramientas capaces de extraer las grasas contenidas en las membranas. Estas grasas, liberadas, circulan entonces en la célula o en el medio exterior. Si se pudieran observar minuciosamente las grasas libres que circulan en su organismo, se obtendría una muestra perfectamente representativa de las grasas que componen sus membranas. Por ejemplo, sus membranas son pobres en omega 3, lo que es muy probable, se constataría que hay muy poco omega 3 que se pasea en su organismo fuera de las membranas. Más bien, se observarían ácidos grasos saturados y omega 6 “libres”.
¿Por qué es esto problemático? En realidad, estas grasas no divagan mucho tiempo: son requeridas por el organismo para ser transformadas en moléculas activas. ¡Y la naturaleza de estas moléculas activas depende precisamente de la naturaleza de las grasas iniciales! Por ejemplo, los omega 6 son transformados en moléculas vasoconstrictoras (es decir capaces de “estrechar” sus vasos sanguíneos) y encima, ¡proinflamatorias!
En cambio, los omega 3, EPA y DHA, son transformados en moléculas que influyen positivamente en varios procesos bioquímicos del organismo: la regulación de la tensión, la elasticidad de los vasos sanguíneos, el control de la inflamación (19) (que está implicado en las alergias, los dolores, las enfermedades crónicas, el asma…) e incluso la respuesta inmunitaria. ¡Esa es la razón por la que los omega 3 son tan útiles para la salud cardiovascular como para la salud cognitiva!
Quizás tiene usted una pregunta latente. ¿Por qué nuestro cerebro reclama un nutriente que está tan poco presente en nuestra alimentación? ¿Por qué posiblemente la evolución nos ha empujado a comer pescado?
Hay dos respuestas posibles a esta pregunta llena de sentido común.
En primer lugar acuérdese del pasaje donde se describían el EPA y el DHA como moléculas que se encuentran casi exclusivamente en los animales marinos. En realidad, esto no es totalmente exacto. El organismo es capaz, a costa de un gran esfuerzo, de fabricar EPA y DHA, a partir de un material que se ha convertido en casi tan raro: el ALA (del inglés Alpha lipoic acid – ácido alfa lipoico). Es un omega 3 de origen vegetal, que es muy frágil y que solo se encuentra en cantidades importantes en ciertos alimentos como el aceite y las semillas de lino, el aceite de colza, el aceite de nuez y las semillas de cáñamo.
Para conseguir fabricar EPA y DHA a partir del ALA, el organismo necesita herramientas específicas, en cantidades limitadas. El problema es que estas herramientas sirven también para la transformación de los omega 6, omnipresentes en nuestra alimentación. Anormalmente omnipresentes: actualmente nosotros consumimos de 15 a 30 veces más omega 6 que omega 3, mientras que, en teoría, deberíamos consumirlos en cantidades iguales. Por otra parte, unos investigadores han probado que la alimentación de los hombres prehistóricos respetaba este equilibrio y que todo se degradó para nosotros a partir de principios del siglo XX, fecha a partir de la cual la industrialización de la producción alimenticia ha dado preferencia a los aceites más estables, que se conservan durante más tiempo y que por tanto menos ricos en omega 3. También a partir de entonces es cuando el consumo de pescado ha disminuido, y cuando los alimentos industrializados (desmesuradamente ricos en omega 6) han invadido nuestra vida diaria.
Este desequilibrio total tiene dos consecuencias importantes:
Por tanto es inútil pensar que usted puede restablecer grasas flexibles en sus membranas contando únicamente con los omega 3 de origen vegetal… Esto fue sin duda posible en el pasado, pero nuestra alimentación moderna ya no nos lo permite. En adelante nos hacen falta compuestos inmediatamente activos y disponibles.
Por tanto, para responder a la pregunta inicial, nuestro cerebro no reclama pescado obligatoriamente, pero éste se ha convertido prácticamente en el único medio disponible de aportar al cerebro compuestos que el organismo sabía fabricar mejor en el pasado.
La segunda respuesta a esta pregunta es más hipotética. Stephen Cunnane, un neurobiólogo y célebre autor de la obra “Survival of the fattest”, ha presentado la hipótesis de que el aumento espectacular del volumen cerebral en el ser humano sólo ha sido posible porque los humanos han habitado cerca de fuentes de alimentación ricas en EPA y en DHA. La agricultura según este autor habría alejado al ser humano de sus fuentes, aumentando así la cantidad de recursos alimenticios totales (lo que permitió una explosión de la población mundial) pero reduciendo mucho su calidad (lo que habría degradado la salud de los seres humanos).
La única solución para recuperar unas membranas fluidas y flexibles, es aumentar nuestros aportes de EPA y de DHA. Y, lo hemos repetido bastante, el pescado y el marisco en general son las únicas fuentes alimenticias disponibles.
Pero ¿cómo esperar poder contar con estos alimentos diariamente? No solo su consumo diario haría disparar su presupuesto para la alimentación (los stocks están en caída libre y la demanda mundial nunca ha sido tan alta), sino que, además, éste le pondría en un grave peligro. Debido a la contaminación por moléculas tóxicas y por metales pesados del pescado, las autoridades han acordado no recomendar comer más de dos porciones de pescado a la semana (!).
Por tanto, orientarse hacia los complementos alimenticios de omega 3 se convierte en una necesidad. . Y como es frecuente en este ámbito, hay que evitar las trampas. Habida cuenta de la gran fragilidad de las cadenas de EPA y de DHA y de la contaminación que afecta al pescado graso, es indispensable elegir un complemento que contenga antioxidantes (y es todavía mejor cuando éstos son de origen natural) y cuyo extracto final ha sido purificado , para asegurarse de que está exento de moléculas tóxicas como el mercurio, las dioxinas o los BPC (Bifenilos policlorados). Si usted desea aumentar un poco el nivel de exigencia, tendrá que orientarse hacia complementos producidos a partir del aceite de pescados salvajes; en efecto, estos últimos contienen más omega 3 porque se alimentan de pequeños pescados, crustáceos y microalgas que son ricas en éstos. Éste no es el caso de los pescados grasos de piscifactoría, cebados de antibióticos y muy a menudo criados en condiciones sanitarias precarias inhumanas.
Uno de los mejores complementos del mercado, que respeta al pie de la letra todos estos criterios, es también uno de los más apreciados: Super Omega 3. El nivel de satisfacción manifestado por los que lo han probado, su calidad (contiene EPA y DHA) y su dosis (corresponde a las recomendaciones de la OMS – Organización Mundial de la Salud – un mínimo de 500 mg al día de EPA+DHA) no son ciertamente ajenos a su éxito...
Pero su simplicidad también se debe seguramente a algo también: 3 cápsulas al día con las comidas durante dos meses como mínimo (es decir una caja al mes) bastan para aportar cantidades de EPA y de DHA óptimas para el organismo.
Si usted se decide a hacer una cura de omega 3, he aquí lo que le espera. A lo largo de los días, los contenidos grasos contenidos en las cápsulas serán incorporados a sus membranas celulares. Esta incorporación es un proceso lento : sigue el ritmo de la sustitución progresiva de las membranas impuesta por su organismo. ¡Por tanto no espere observar beneficios extraordinarios al cabo de dos días! Habrá que esperar varias semanas para disfrutar plenamente de los efectos múltiples que procuran unas membranas fluidas.
Pero lo formidable de los omega 3, es que no solo tienen efectos beneficiosos durante la ingesta de los complementos. Al infiltrarse de manera duradera en las membranas, son auténticas joyas de efectos retardados, que proporcionan efectos beneficiosos de liberación prolongada . Varias semanas después del final de su ingesta de complementos (pero por supuesto usted puede realizarla a largo plazo), los omega 3 estarán siempre firmemente implantados en sus membranas, y continuarán circulando libremente en su organismo.
Una última cosa : con el frío, las membranas pierden todavía un poco de fluidez. Los pescados que viven en aguas muy frías tienen membranas fabricadas con omega 3 precisamente para enfrentarse a este fenómeno natural.
En otras palabras, en invierno, las membranas pobres en omega 3 tienen consecuencias todavía más graves en nuestra salud. Por tanto, es el momento ideal para comenzar una ingesta de complementos de varias semanas.
En resumen
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